Tengo 27 años, y he vivido toda mi vida aquí.
Afortunada (o desafortunadamente según quién lo mire) no he tenido que salir fuera a estudiar, trabajar o cambiar de aires. No se si ha sido la mejor opción y en qué hubiera cambiado mi futuro de haber tomado el Plan B, pero estoy seguro de una cosa: he tenido la suerte de poder tomar el camino que he querido siempre.
Un camino a que no le han faltado baches, tropezones y caidas, atajos que acaban siendo lo contrario, callejones sin salida y numerosos cambios de dirección, pero al final siempre han acabado en el mismo punto, no demasiado lejos del punto de partida.
Ese mismo punto de partida que me vió nacer, también me ha visto dar mis primeros pasos, mis primeras patadas a un balón, mi primera cuadrilla de amigos, mis primeros besos, travesuras, juergas, alegrias y decepciones, también ha visto marchar a aquellos que un día pisaron junto a mi las mismas baldosas que hoy ven llover una tarde de Mayo, y que más de uno añora al mirar al suelo por las calles de cualquier otra ciudad.